LAS MOJIGANGAS
Sería verdaderamente imperdonable -y por eso no lo voy a hacer- terminar este tema sin haber mencionado siquiera las mojigangas. Me atrevo a decir que no hay otro lugar donde tengan la singularidad de nuestra fiesta de corpus. Pero vamos por partes, es necesario aclarar qué es una mojiganga. Sí, ya sé que en Comonfort todos sabemos qué es, pero ¿qué tal si, gracias al Internet, me están leyendo en Australia o en Corea? En España se le llama mojiganga a un género dramático menor que viene desde el siglo XVI y que tiene como común denominador el ridículo, quizá de allí tomamos el nombre para acabar designando a estos muñecos enormes de cartón. Aunque, en nuestro propio país el aspecto y uso de una mojiganga no es el mismo en una región que en otra, en Puebla que en Guanajuato. Además en un poblado pueden utilizarse en carnaval, en otras en sus fiestas patronales y en otras en Navidad, como en Xichú.
Esta tarde navideña se suspende el calendario
y empieza el juicio final de todo lo cotidiano.
Yo tengo la llave de oro de lo cierto y de lo oculto,
soy yo quien redime y crea y decide lo absoluto.
Génesis a media calle, algarabía de cartón
y colores repartidos. Primer día de la creación.
Incluso, en un lugar tan cercano como San Miguel Allende, las mojigangas tienen cabeza de cartón y cuerpo de tela. Bueno, para nuestros amigos australianos, diremos que en Comonfort una mojiganga es un muñeco con estructura de carrizo y recubierto de papel y cartón adheridos con engrudo, abierto por la parte inferior para que pueda introducirse en ella algún chamaco y portarla prestándole sus pies al muñeco. Como el decorado final es absolutamente libre, un grupo de tres o cuatro muñecos tendrá un aspecto polícromo muy vistoso.
Tengo un recuerdo imborrable de una mañana de junio de hace treinta y ocho años: mi padre me llamó desde la puerta de la casa, conminándome a que me asomara a la calle, ante mi asombro infantil vi pasar, como en un sueño improbable, una banda de viento tocando una alegre melodía y detrás cuatro albañiles enormes que bailaban cargando sus herramientas, uno portaba al hombro su bote alcoholero para los colados, otro su cuchara en la diestra y un tabique en la otra mano, uno más con su pala y otro un bulto de cemento tolteca. Dije que eran enormes, efectivamente, nunca, como en mi infancia, las mojigangas fueron tan grandes.
Hágase la luz de cera ya no quiero la del sol,
que ya no haya noche y día ni distinta entonación.
Entre el cielo y el infierno no existe contradicción
se trata del mismo cuento con distinta entonación,
engaño del movimiento, monotonía circular
que se apaga solamente, para volver a empezar.
Esa es la particularidad de nuestras mojigangas, como se utilizan en la fiesta de Corpus suelen representar algún oficial de cada uno de los gremios, obviamente del día que le corresponde, ¿Cómo se iba a ver un chofer bailando gustoso, con todo y el volante de su camión, en medio de los panaderos? Si bien estas jocosas versiones del gremio hechas de cartón son lo tradicional, el imaginario popular no tiene limitantes y puede fabricar cualquier especie de muñeco incluso personajes de televisión o de los dibujos animados, el universo de posibilidades no tiene más límites que la creatividad del artesano. Y no hay reparo en integrar su mojiganga con las demás, si su imaginación fabrica un personaje fuera de contexto, la imaginación del público no tiene prejuicio en aceptarlo en la misma fiesta.
Me atrevo a decir que las técnicas de construcción no han cambiado en muchos años, siguen teniendo una armazón de carrizo y papel; engrudo e ingenio complementan la elaboración del muñeco. Nadie ha tenido la ocurrencia de utilizar plásticos y fibra de vidrio, por un motivo más práctico que tradicional, pues hay dos condiciones que debe cumplir una mojiganga además de su expresividad: debe ser ligera y debe ser destruible.
Muertos héroes, miedos, dioses bailando al mismo compás
obligados a la vida como todo lo mortal.
La muerte no vale más que un peso de cacahuates
ni se afrenta de bailar conmigo y con Pedro Infante.
Todo seguirá escondido aunque no pueda parar,
todo gira disfrazado, nadie sabe la verdad
Debe ser ligera para que pueda un muchacho o un niño grandecito cargarla durante un rato y, sobre todo, bailar con la mojiganga puesta, si no hay un entusiasta metido en ese esqueleto de carrizo bailando alegremente la mojiganga pierde toda su esencia y buena parte de su belleza. ¿Qué es una mojiganga estática, sin pies humanos? Un muñecote de cartón ¿Qué son media docena de personajes de cartón bailando alegremente, atropellándose, girando, gozando? Son una invitación a la alegría, un infinito horizonte de atajos a la imaginación, a olvidar un rato la lucidez, a retornar a la infancia, todo junto más lo que cada quien encuentre dentro de sí.
El diablo anda al ras del suelo discutiendo con Cantinflas;
Cantinflas anda hable y hable y el diablo muerto de risa.
Burla y gusto conjuntados; procesión por la ciudad,
gritos, brincos, carcajadas y ganas de no llorar.
Olvido sin garantía, libertad provisional
hasta que las mojigangas se fastidien de bailar.
Una mojiganga debe ser destruible, baila frenética porque está consciente de su efímera existencia (¿deberíamos imitarlas con esa misma convicción?), que absurdo sería guardar (¿y en donde?), un monigote de casi tres metros, restaurándolo cada año para volverlo a usar. No guardamos el rastrojo del maíz para usarlo en la cosecha del año que entra. Cada año debe parir sus propios muñecos en un ciclo de constante renovación, porque la magia creativa que motivó al mismo artesano será distinta un año después y cada fiesta de corpus tendrá su propia versión de albañiles, panaderos, choferes, comerciantes, carniceros, músicos, carpinteros para que cada gremio vea con gusto y orgullo el baile festivo de sus colegas, moviéndose al compás de todas las músicas que pasen por la plaza.
Se llega la medianoche y la hora de descansar.
El cartón vuelve a su esencia hasta la otra navidad,
en que unas manos remotas, por mandato popular,
le infundan nuevos alientos y vuelva a resucitar
para suspender la vida por el gusto de bailar
y a fuerza de movimiento buscar la inmortalidad
El último día de corpus bailaba, entre las mojigangas de los choferes, una jirafa de cuatro metros, tres de cuello y uno de cuerpo, debo decir, sin embargo, que cuando yo era niño las mojigangas eran más grandes…
Agradezco a la Srta. Antonia Paloblanco y al Sr. Enrique Hernández sus testimonios para la realización de este texto.
Y le pido disculpas a don Guillermo Velázquez por intercalar la letra de su canción "Las mojigangas" en este último fragmento, pero, ¿quién le manda hacer canciones tan hermosas?